El camino hacia el bar, es decir, hacia donde estaban ellos, lo hicieron revisándole cada rincón de su cuerpo con la mirada y cuchicheando. Yo aproveché que pasaba por ahí mi primo pequeño y le cogí en brazos, así ademas me separaba de su ridícula conversación.
Cuando pasamos por su lado, las otras dos agacharon la mirada y se empezaron a reír, ridículamente. Yo iba más rezagada, con mi primo en brazos, y cuando pasé aproveché y me fijé en el, ya que no lo había dicho pero de lejos me había parecido muy guapo. Tenía unos ojos preciosos, verdes y profundos. Nuestras miradas coincidieron, le sonreí y me sonrió. Hasta que no le había pasado de largo no le aparté la mirada, y él hizo lo mismo.
A ellas no les dije nada, les dije que no le había mirado, que no me había fijado en él. Si les decía algo se pondrían histéricas y empezarían a montarse historietas, eso ya me lo sabía, ellas siempre hacían lo mismo.
Pero eso fue hace un año, ha pasado un tiempo, él ha cambiado, yo he cambiado, pero cada vez que me mira, cada vez que el miro, ocurre lo mismo. Mi misma mirada, su misma mirada, mi misma sonrisa, su misma sonrisa.
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